¿Qué más pueden pedir unos aficionados al rugby que organizar un Mundial en su país y ganar al mejor equipo de la historia? Pues ese sueño lo vieron cumplido los 81.000 afortunados franceses que abarrotaron el estadio de Sain Denis y los millones que lo siguieron por televisión gracias a la acertada estrategia de su seleccionador Fabien Galthie. En lugar de jugarles a los neozelandeses de tú a tú decidió sumar puntos poco a poco para minarles la moral en cuanto mirasen al electrónico.
Como era lógico después de cuatro años de preparación en espera de este momento, los dos combinados comenzaron agarrotados, mostrando más respeto por el rival que confianza en sus propias posibilidades. De ahí que los kiwis, en lugar de ser la apisonadora que se esperaba, jugasen a fogonazos. Lanzaban interesantes fases con rapidez en cuanto veían huecos en la línea rival pero no dejaban de ser espejismos. Y dejaron a todos con la boca abierta cuando, al igual que hacían los galos, disfrutaron de un golpe de castigo a los 25 minutos y en lugar de buscar el ensayo a golpe de delantera prefirieron jugar a palos para asegurar los puntos. Quedaba claro que en el partido inaugural iba a contar más el resultado que el espectáculo.
En esa dinámica conservadora quienes estaban más cómodos eran los locales. Aunque un tanto atenazados por jugar en casa frente a todo su país (les miraba toda la República con el presidente Macron en persona), eran conscientes de que anotar sin arriesgar era su mejor arma. Y así, fueron sumando tantos entre palos (Thomas Ramos anotó tres de las cuatro patadas que intentó) y llegaron con ventaja al descanso (9-8). Los de negro, después de la marca inicial de Mark Telea, no estuvieron tan acertados con el pie y solo acumularon en su casillero un golpe de castigo de Richie Mo’unga. Tenían que cambiar su dinámica en la segunda mitad porque ese juego no les favorecía en absoluto.
Nueva Zelanda no reacciona
Al igual que sucedió al comienzo de la noche, un nuevo espejismo oceánico hizo que Telea ensayase de nuevo nada más reanudarse el choque (9-13), pero ahí se les acabaron las fuerzas. En contra de lo que podría pensarse, fueron los azules quienes se vinieron arriba y supieron sacar partido de la debilidad de sus rivales. Descorcharon al fin esa botella de ‘rugby champán’ que ansiaban los aficionados y comenzaron a correr y a dar buenos pases a la mano. De esta manera estuvieron a punto de lograr un ensayo nada más reanudarse el choque y a los cinco minutos Damian Penaud obtuvo el primero para los ‘bleus’, que seguido por una conversión de Ramos (16-13) puso por primera vez una sonrisa en su rostro.
A partir de ahí, todo se puso a favor del XV del Gallo. El correcaminos visitante Will Jordan recibió una tarjeta amarilla por una acción peligrosa y esa superioridad numérica fue clave para el desarrollo del partido. Con tres cuartos de la acción ya consumidos, se acercaban los momentos decisivos con unos ‘All Blacks’ muy tocados que seguían cometiendo indisciplinas. Y esas sanciones terminaban pesando en su contra pues la pierna de Ramos seguía castigándoles sin piedad (19-13).
Así siguieron con la táctica ‘amarrategui’ aplicada en su máximo exponente, dado que el zaguero no dejaba de anotar. Y a falta de seis minutos dejó a los neozelandeses al borde del abismo (22-13). Los tricampeones del mundo, que no habían perdido nunca un partido en las nueve fases previas anteriores, no salían de su asombro. Se encontraron inmersos en una fiesta francesa (la genialidad de Melvyn Jaminet llevó el electrónico hasta el definitivo 27-13) y ya no supieron cómo atajarla.
El segundo tiempo les resultó demasiado costoso y dejó claro que necesitan cambiar mucho su juego si quieren volver a ser los martillos de antaño. De momento, en Francia vivieron la inauguración de su Mundial a lo grande.